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Moore tenía razón...


Hace algún tiempo, específicamente cuando iniciaba mis pininos como "pseudoredactor" para Calistenia, me quejaba y mofaba del mediocre sistema de seguridad universitario. Aun hoy me sigo mofando, pero creo que debería dejar de quejarme, o al menos de reducir el nivel de paranoia en mis cavilaciones.

Enclavada en uno de los estados de la república más inseguros y violentos, la Universidad de Montemorelos parece reírse del mundo y vanagloriarse de la hermeticidad de su "burbuja" invisible. Si bien Montemorelos no es un municipio particularmente zozobrante, en el ambiente se respira a menudo una sensación de alerta y nos hemos acostumbrado al sonido de las sirenas de las patrullas. Entonces ¿por qué tan frescos al respecto?

El simple hecho de darse una paseada por alguna caseta de vigilancia da muestra de la actitud desinteresada de la UM respecto a la capacidad de contrarrestar alguna amenaza tanto externa como interna, que represente un peligro para la comunidad universitaria, todo lo anterior dentro de un contexto en el que las palabras "narcos" "drogas" "sicarios" y otras tantas monadas no nos son ajenas sino todo lo contrario.

Pero oh, iluso, pobre borreguito pastoreado sin percibirlo, manipulado y atemorizado por las masas, eres sólo un producto utilizable y desechable, el receptáculo perfecto para los mensajes siniestros y malintencionados de aquel monstruo sin rostro, el cual te infringe miedo, desconfianza y vulnerabilidad. Patrañas, sólo patrañas, porque no hay nada más fácil de gobernar y manipular que una masa temerosa y ansiosa. Has vendido tu libertad y tus miedos a cambio de basura empaquetada en bolsas de terciopelo y adornada con moños de vivos colores; llamativa, seductora, hueca, contradictoria, mortal.

El torrente mediático me ha inundado y rebasado como si fuese un pequeño arbusto. Todo el tiempo observando malas nuevas, noticias tan morbosas como corrosivas, sucesos insólitos ocurridos a miles de kilómetros de aquí, trillados pero moldeados para lucir de primera plana. Estamos enfermos. Permitimos que nos dictaminen nuestros gustos, miedos, prioridades y valores a cambio de mostrarnos nuestra "cruenta" realidad y seguir alimentándonos hasta la gula de terror, inseguridad y desazón. Estoy harto de eso.

La Matrix es real; hoy me desperté fuera de ella, toco mi nuca y no siento ninguna conexión, pero eso no importa, se que mis conexiones no se encuentran a lo largo de mi columna, sino peor, en lo más profundo de mi cerebro. No se si mañana cuando abra los ojos, mire el reloj y vuelva a taparme -sólo 5 minutos más- siga sintiéndome libre, el sedante tarde o temprano hará efecto, pero mientras tanto sé que no tengo porque dejarme llevar por la corriente, ser uno más de la manada y sentir miedo hasta por las nimiedades más estúpidas.

Moore tenía razón, no hacen falta dispositivos de última generación, cercos eléctricos, guardias de seguridad en cada esquina ni mucho menos armas de contención contra amenazas externas. Cuando la violencia tienda a aparecer, lo hará no importando los medios; cómo la vida -citando al Dr. Ian Malcolm- se irá abriendo paso de forma por demás inevitable, sino preguntémosle a nuestros vecinos del norte, el país con el mayor índice de violencia a la par con ser el que más invierte en seguridad.

Irónicamente, más que otorgarnos paz, todo este instrumentaje y logística nos vuelven más inseguros, más temerosos por nuestra tranquilidad, porque se enfatiza nuestra presunta vulnerabilidad, sin embargo, ¿a cual vulnerabilidad estamos expuestos dentro de la burbuja cuando nuestros mayores temores son a la lluvia (por eso de que se crean lagos de la nada y no puedo andar más que en huaraches) o la comida del comedor (pastel azteca... yummi)?

Un fenómeno similar al de todas aquellas fechas por demás absurdas y tontamente impuestas, en las que se busca crear una unidad o generar conciencia hacia ciertos grupos o situaciones específicos; ¿Por qué existe un día internacional de la mujer? ¿no se supone que todos somos iguales? ¿no será que lo único que estamos logrando es poner el dedo en la llaga sin querer, al subrayar aún más las diferencias entre ambos sexos y las consecuencias que esto implica para las féminas? ¿y si mejor todos los días son de la mujer y no sólo el 8 de marzo? Se que se trata de acciones planeadas en arás de un bien común, pero personalmente no veo un beneficio real, así como ahora tampoco encontraría sentido a la mantelación de todo un círculo protector alrededor del campus, donde por cierto no pasa nada a fin de cuentas, y si llegara a pasar, no está en nuestras manos decidirlo. Es sólo nuestro "delirio de persecución" alimentado por los medios y las masas lo que nos impulsa a sacar chalecos antibalas y mirar con desprecio y temor a aquellos diferentes que según los líderes de opinión son una amenaza para nuestra paz.

Gozamos de un ambiente interno verdaderamente privilegiado y que dada su perenneidad, hemos desvalorizado y hasta despreciado al punto de decir "es que acá nunca pasa nada", ¿necesitamos que algo pase para sentirnos menos aburridos? ¿acaso estamos ansiosos de hechos violentos a nuestro alrededor? ¿Hemos vendido nuestros miedos y deseos también?

Sentir miedo, hemos sacado razones para sentir miedo de los motivos más absurdos. Aún recuerdo las palmadas en la espalda de personas que de alguna forma dieron con mi quasireportaje (el cual ni siquiera cumplía con los requisitos completos, por lo cual fue removido de la edición [gracias profe Moncada]) apoyando mi entonces ideal de protegernos a toda costa, y que de alguna forma me hicieron terminar en Comunicando -donde sigo, pero ahora a cargo del Video-; no se si siguen pensando igual, pero para mi con seguir riéndome de que Fercho sólo cuente con conos para el tráfico en su cabina, me basta y sobra, no necesito más paranoia de la estrictamente anormal.

1 Comment:

  1. figne alberto said...
    jiji, íver, me citas en tu blog, ¡kuuuul!

    leo tu texto y pienso en el 1984 de Orwell (nos los vas a recetar en el matatín, ¿verdad?) con su atmósfera densa y policiaca.

    también habrá que airear el cerebro para no dejar que se nos meta esa espesura y haga de las suyas.

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